La relación de las personas con la mentira y la verdad es realmente ambivalente. Por norma general, todos decimos (o creemos) preferir la verdad, pero cuando la que recibimos o compartimos es dolorosa o complicada, se genera un gran conflicto psicológico.
Optar por la mentira es, por norma general, un síntoma de desconfianza en la capacidad propia o ajena para lidiar con los problemas que pueda generar. En otros momentos, elegir la falsedad significa comportarse como una persona sin escrúpulos (o con mucha necesidad) que quiere obtener una ganancia de una situación determinada.
En cualquier caso, aprender a lidiar con la verdad sigue siendo una asignatura pendiente en nuestra sociedad, la cual equilibra una balanza que debería tener como vencedoras a la verdad y a la honestidad.
La leyenda sobre la mentira y la verdad
Hay leyendas que se alzan como hermosas historias que ilustran la realidad psicológica de nuestras vidas. Esta que hoy os acercamos es una de ellas.
“Cuenta la leyenda, que un día la verdad y la mentira se cruzaron.
-Buen día- dijo la mentira.
-Buenos días- contestó la verdad.
-Hermoso día- dijo la mentira.
Entonces la verdad se asomó para ver si era cierto. Lo era.
-Hermoso día – dijo entonces la verdad.
-Aún más hermoso está el lago- dijo la mentira.
Entonces la verdad miró hacia el lago y vio que la mentira decía la verdad y asintió. Corrió la mentira hacia el agua y dijo:
-El agua está aún más hermosa. Nademos.
La verdad tocó el agua con sus dedos y realmente estaba hermosa y confió en la mentira. Ambas se quitaron la ropa y nadaron tranquilas. Un rato después salió la mentira, se vistió con las ropas de la verdad y se fue.
La verdad, incapaz de vestirse con las ropas de la mentira comenzó a caminar sin ropas y todos se horrorizaban al verla. Es así como aún hoy en día la gente prefiere aceptar la mentira disfrazada de verdad y no la verdad al desnudo”.
La ambivalencia entre la mentira y la verdad
Vinculamos los buenos valores con la sinceridad, pues aquellas relaciones que se erigen sobre pilares de mentiras terminan pareciéndose a un castillo de naipes frágil y endeble, capaz destruir todo en su derrumbe. Sin embargo, a pesar de ser conocedores de este vínculo entre la verdad y su compleja asunción, buscamos constantemente darle la vuelta a la tortilla contando “medias verdades” o fingiendo realidades distintas a la verdadera.
La afirmación de que lo hacemos “constantemente” no es en vano, pues hay estudios de la University of Massachusetts que reflejan que en nuestra sociedad, de media, se emite una mentira o se es deshonesto cada 3 minutos. Otros estudios arrojan una cifra más clarificadora, resultando que a la semana mentimos en un 35% de las conversaciones que establecemos.
Estas cifras resultan, en cierto modo, desesperanzadoras. Con frecuencia nos autoproclamamos como personas honestas que nunca mienten pero, en realidad, hay una gran mentira detrás de esa medalla.
No solo mentimos, mentimos mucho. En temas importantes y en nimiedades. Es más fácil hacerlo que dar explicaciones y lidiar con la crudeza de la verdad al desnudo. No tenemos una posición clara respecto a la mentira y la verdad porque no reflexionamos sobre ello de la manera adecuada y, como consecuencia, nos intoxicamos de pequeñas y grandes mentiras que entretejen una tela de la que es difícil salir.
Pero, ¿por qué hacemos esto? Porque el beneficio psicosocial de la mentira suele ser más inmediato que el de la verdad. También porque la verdad no está exenta de riesgos; así, muchas veces, con objeto de proteger nuestra integridad o la ajena y/o de sacar provecho, tendemos a caer en la tentación: valernos de la mentira.
Sin embargo, no debemos olvidar que por muy piadosa que sea una mentira, no deja de constituir un obstáculo para la confianza . No olvidemos que es suficiente una mentira para que la sospecha arroje al cesto de la duda a cientos de verdades, haciendo que nos cuestionemos incluso las experiencias que creíamos más francas.
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